Autor: Juan Gargurevich, decano de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación
Artículo publicado originalmente en Somos Periodismo PUCP
Los historiadores han rastreado el origen de este género que propone ir más allá de la cobertura simple y rutinaria para descubrir –y luego mostrar con detalle– vidas, lugares e historias que resultan invisibles ante los ojos de los lectores habituados a los resúmenes informativos.
Entre los pioneros de este tipo de búsquedas está nada menos que el célebre Charles Dickens quien, en 1836, con solo 21 años, recibió el encargo de The Morning Chronicle de abandonar las coberturas políticas para buscar historias en la sordidez del Londres desconocido. Sus relatos tuvieron gran éxito y es probable que fueran la semilla de sus posteriores novelas.
A partir de entonces la lista de reporteros que lograron fama por sus trabajos de “inmersión” es larga, aunque es necesario decirlo, tenemos referencias amplias del periodismo norteamericano, pero escasas del europeo.
Por ejemplo conocemos los casos de Nellie Bly, reportera del World, de Pulitzer, que logró hacerse pasar por demente, ser internada en un manicomio neoyorkino y luego publicar una demoledora serie denunciando las terribles condiciones de los enfermos mentales.
Dos periodistas que andando los años se harían famosos tuvieron experiencias parecidas en los bajos mundos de Londres y París. En 1902, el entonces reportero Jack London pretendía viajar a Sudáfrica para cubrir la guerra de los bóers. Llevaba varios meses varado en Londres, sin ninguna posibilidad de viajar, hasta que se le ocurrió la idea de hacerse pasar por marinero desempleado y vivir como mendigo.
La experiencia fue contada en el libro El pueblo del abismo (The People of the Abyss) y provocó gran conmoción. En su introducción London escribió: “Viví las experiencias recogidas en este volumen en el verano de 1902. Bajé a los submundos de Londres con una actitud mental propia de un explorador. Estaba abierto a ser más convencido por lo que vieran mis propios ojos que por las enseñanzas de esos que fueron y vieron antes que yo”.
El otro caso es George Orwell, el célebre autor de 1984. Orwell (cuyo verdadero nombre era Eric Blair), pasó penurias de mendigo en París y Londres, en 1931. Dos años tardó en escribir y finalmente publicar una larga crónica-testimonio sobre esta experiencia. La tituló Down and Out in Paris and London (en la edición en castellano se llama Sin blanca en París y Londres. Al final de su relato escribió: “A pesar de todo, algo he aprendido. Nunca volveré a pensar que los vagabundos son malhechores borrachos, ni esperaré que un mendigo se sienta agradecido cuando le dé un penique, ni me sorprenderá que a los desempleados les falten energías, ni haré donativos al Ejército de Salvación, ni empeñaré mi ropa, ni rechazaré un folleto por la calle, ni disfrutaré de una comida en un restaurante pequeño. Por algo se empieza”.
Otro relato famoso de periodismo gonzo es el del norteamericano Hunter Thompson, quien se infiltró en la temible banda de motociclistas Ángeles del Infierno y compartió con sus miembros una vida de alcohol, drogas y latrocinio para luego contarla en crónicas que le costaron, como represalia, una terrible paliza de sus antiguos compañeros de ruta.
De Europa debemos destacar al alemán Günter Wallraff, quien ha acuñado esta fórmula de hacer periodismo: “Hay que enmascararse para desenmascarar”, la cual practica desde los años sesenta. Quizá su libro más conocido sea Cabeza de turco. Allí cuenta cómo se disfrazó para conocer y luego contar las penurias de los migrantes turcos en Alemania: “Encargué a un especialista que me fabricara dos finas lentillas de contacto, de color muy oscuro… me encasqueté una peluca negra para mis entonces ya ralos cabellos, lo que me hizo parecer varios años más joven”. Luego se lanzó a buscar trabajo recogiendo información que se publicaría en el diario Bild.
Pero no avanzaremos ahora en esta apasionante forma de hacer periodismo, de la que hay abundante bibliografía, para dar paso a las tres historias que habían sido olvidadas y que hemos recogido aquí.
- Yo fui mendigo
En 1961 Isaac Felipe Montoro, reportero del diario Expreso, se disfrazó con harapos para incursionar en el sórdido mundo de los mendigos de Lima.
Cuando llegué a la iglesia miré a todos lados. Con timidez me senté junto a la puerta apoyando la espalda contra el muro. Eran las nueve de la mañana. Los fieles entraban a misa…
…Tendí la mano y empecé a decir ‘una caridad por la gracia divina’. Al instante un señor me dio un sol. Pensé que todo comenzaba bien. En ese momento se acercó un guardia. ‘A otro lado, viejito –me dijo-. En este lugar está prohibido, puede llegar el oficial y me echa un sermón”.
Este fue uno de los primeros párrafos que el reportero policial Isaac Felipe Montoro redactó al iniciar su crónica seriada “Yo fui Mendigo en la Gran Lima” publicado en las páginas centrales del flamante diario Expreso a partir del sábado 11 de noviembre de 1961.
Un nuevo diario para Raúl Villarán
A principios de 1961 un grupo de liberales reunió voluntades y dinero para promover la candidatura presidencial de Fernando Belaunde Terry, quien había ingresado a la política con cierto estruendo en 1956, cuando obligó al gobierno de Manuel A. Odría a inscribir su postulación.
Uno de sus más entusiastas seguidores era el millonario Manuel Mujica Gallo, ‘Manongo’ para sus amigos, quien asumió el reto de solventar un diario para promover a Belaunde en las elecciones previstas para 1962.
Y así, convencido por sus amigos, fundó una empresa y rentó el local de una imprenta en quiebra en el jirón Ica. Allí instaló una pequeña rotativa y comenzó a reclutar periodistas.
Convocó como jefe de redacción a Raúl Villarán, quien ya era poco menos que una leyenda por su éxito con el tabloide Última Hora, diario vespertino que había cambiado el rostro del periodismo en 1950. Junto con un puñado de jóvenes talentosos apostó por los temas de interés humano. Sus titulares usaban la jerga o habla popular. Prefirió el espectáculo a la política y así alcanzó cifras de venta inéditas en el periodismo limeño de entonces.
En Expreso los dueños le dieron confianza absoluta y presupuesto, y esto le permitió formar una buena planilla de redactores que darían vida al tabloide liberal de corte popular que deseaba. Entre sus mejores jales estaba Jorge Donayre, conocido en las redacciones como ‘Cumpa’, periodista talentoso, de gran creatividad.
Fue el ‘Cumpa’ Donayre, jefe de Información Local, quien comenzó a proponer reportajes de un estilo que Villarán llamaba “inactuales”. Se trataba de notas interesantes de las que se podía echar mano en cualquier momento; y la historia del periodista disfrazado de mendigo fue una de ellas.
Disfracen a ese flaco…
Entre los periodistas convocados por Villarán estaba Isaac Felipe Montoro, asignado a la sección policial dirigida por el legendario Carlos Ney Barrionuevo, quien también recibió el encargo de hacer notas inactuales.
Fue en setiembre de 1961 que Donayre reparó en el aspecto de Montoro: flaco, casi escuálido, moreno, de pelo ensortijado y enmarañado. El reportero que venía de las canteras de Última Hora escribía encorvado sobre la Underwood, con un cigarrillo a medio fumar colgando de los labios. Silencioso, discreto, no llamaba la atención. Pero luego del horario de trabajo no se negaba a acompañar a Carlos Ney y sus amigos policías a una buena celebración.
Villarán y el ‘Cumpa’ Donayre le propusieron el reportaje y Montoro aceptó encantado la idea de disfrazarse de mendigo y salir a la calle a pedir limosna.
En aquella época Montoro era un alumno aplicado de derecho en la Universidad de San Marcos y compartía afanes intelectuales con su hermano Jorge, actor de teatro, que se haría muy conocido en la televisión como ‘El Poeta Hippie’.
Montoro se dejó crecer el pelo y la barba, rebuscó en su ropa vieja, consiguió zapatos rotos, un viejo sombrero, se despidió de su esposa diciéndole que viajaría al norte en misión periodística y se presentó en el diario con tal facha que por poco no lo dejan entrar.
Allí lo esperaban Donayre y el fotógrafo que sería su sombra en los cuatro o cinco días que duró la aventura. Se fue a un hotelucho del centro a dormir, a prepararse.
Soy un mendigo
“Quería saber si los mendigos podían enriquecerse, si viven mejor de lo que uno imagina. Había oído que muchos de ellos tienen negocios, que dan plata al diario, que algunos son avaros. De todo esto quería convencerme.
Salí el domingo temprano del hotel y prefería caminar hasta la iglesia de La Merced. Me sentía incómodo. Además de mi aspecto miserable, había en mí algo siniestro por mi luenga barba, mi ropa vieja y sucia, mi calzado con la suela rota”.
Fueron varias jornadas que hizo bajo el discreto resguardo de los redactores y el fotógrafo de Expreso. Cuando se decidió que era suficiente, que ya había recogido el material necesario, volvió a su casa, contó su historia, arrojó el disfraz a la basura y retornó al diario a escribir el reportaje que lo haría conocido.
Lo dividió en cuatro entregas que esperaron el momento oportuno para su publicación. Por fin fue anunciado en la primera página: “Reportero de Expreso vivió como mendigo para relatar su dramática experiencia”. Se explicaba a los lectores en el estilo favorito de Villarán y Donayre: “Perdido entre la muchedumbre, vestido con un traje miserable y cubierto su rostro por una amplia barba, Montoro ha recorrido la ciudad como un personaje anónimo. Ha vivido en hoteles de ínfima categoría y en las cuevas donde anidan la miseria y el crimen. De allí ha salido cada día para ganar el pan implorando la caridad pública”.
La primera entrega fue titulada: “Redactor de Expreso extendió las manos para tocar problema”. Cubría toda la página central con grandes fotos. La segunda, al día siguiente, se tituló: “Mi maestro ‘el rengo’ me dicta un
a lección”. Y relataba una incursión a la Alameda de los Descalzos, en el Rímac, y su vinculación con un grupo de mendicantes que lo invitaron a comer. La tercera fue: “Comerciantes y mendigos han celebrado un pacto”, con el relato de la experiencia de dormir en una cueva en el viejo Cantagallo, en la ribera del Rímac. Finalmente, el martes culminó la serie con: “Contra lo que se cree la mendicidad no es un gran negocio”.
Del reportaje a la novela
Varios años después Montoro convirtió su reportaje en novela al añadir episodios poco verosímiles que no le hubieran tolerado en el diario. Con Yo fui mendigo inició su carrera de novelista. El libro fue prologado por el celebrado poeta Juan Gonzalo Rose.
Pasaron los años. Isaac Felipe siguió de cronista policial a la vez que escribía y editaba sus novelas. Siempre llevaba ejemplares consigo y los vendía barato a sus colegas y amigos. En 1981 volvió al tema periodístico con su relato Las ratas del Castillo con Raúl Villarán como el personaje central.
Se asegura que publicó unas cuarenta novelas. Hemos recogido solamente los siguientes títulos: La muerte de Mariana Altamira, El secuestro de Anastasia, La sombra de Avelina, Guerra y hambre, La fuga del zorzal, Los niños mutilados, Los demonios del rock, El abogado y el crucifijo del diablo, El botero de Talara, La doble cara de una rosa, La furia ofendida, Luz en el puerto, Hoguera en la nieve, La amante de Drácula, El acusado rojo, Callejón de la soledad… todas de corte policial, denuncia social y algunas francamente truculentas. En las librerías de viejo recuerdan todavía a ese moreno, flaco y encorvado, ofreciendo sus libros. Quizá la crítica literaria no lo haya tenido en cuenta, pero los periodistas no lo olvidaremos. Murió en noviembre de 1999, a los 76 años.
- Yo fui loco
En 1984 el periodista de la revista Quehacer José María Salcedo simuló estar loco para contar cómo viven los pacientes del hospital Larco Herrera.
“Chema Salcedo era la sangre de la calle”. Así describió Abelardo ‘Balo’ Sánchez León al multifacético José María Salcedo, al recordar los buenos tiempos de la gran revista Quehacer que editaba el Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, más conocido como DESCO, y que ya no se publica más.
Fue en el último número en una emotiva nota de despedida que Balo, su último director, recordó la fundación por Henry Pease en octubre de 1976 y pasó revista a sus responsables, el director Juan ‘Cancho’ Larco, los periodistas Salcedo y Raúl Gonzales y luego un grupo de colaboradores, todos intelectuales importantes como Marcial Rubio, Luis Peirano, Nelson Manrique, Humberto Campodónico y otros. En la fotografía estaba nada menos que Carlos ‘Chino’ Domínguez y Herman Schwarz.
Describiendo el trabajo que hacían, ‘Balo’ relató: “Si bien Cancho funcionaba a veces como un comisario respecto de la línea política, a Chema Salcedo le fascinaban los reportajes, salir a la calle, traer el aliento de la vida al cubículo de la revista”.
La colección de los 35 años de Quehacer contiene una valiosa serie de reportajes de Salcedo que luego fueron reunidos en su libro antológico El vuelo de la bala (1990).
Quizá el más notable fue el informe especial Vida, pasión y muerte de la salud mental en el Perú, una extensa investigación sobre el tema que le tomó varias semanas de trabajo y fue finalmente publicada en Quehacer número 29, de junio de 1984, con fotos de Carlos Domínguez y Luis Peirano.
El falso paciente del Larco Herrera
Lo mejor del informe del Chema era su inmersión personal en el hospital Larco Herrera haciéndose pasar por víctima de una depresión aguda. El engaño estuvo bien planificado: “Dos días de barba, una pequeña revolución en el orden del pelo, una vestimenta holgada, triste, descuidada, permitieron completar el cuadro. Y una mañana enrumbamos hacia el Hospital Larco Herrera”.
Domínguez lo seguía de cerca escondiendo su cámara en una bolsa de plástico. Tomaba fotos cada vez que podía porque cuando iniciaban los trámites una señora se acercó y le dijo: “Oiga, no sea malo, no le tome fotos al loquito”.
Salcedo compró un ticket de atención, hizo la cola en una gran sala esperando que lo llamaran. La primera entrevista fue con una psicóloga; luego pasó al médico y salió con un diagnóstico de depresión. No fue internado.
Volvió al día siguiente, siempre conservando el mal aspecto que hacía dudar a los taxistas que llamaba para que lo llevaran al Larco Herrera.
“Una imagen me agredió recién vuelto al hospital. Un anciano de pequeña estatura, hurgaba un montón de basura. Al fondo un paciente defecaba. Aparentemente, el anciano escarbaba en busca de comida: de hecho, de vez en cuando, se llevaba algo a la boca…”.
“Poco después un nuevo anciano me interpeló.
Era un hombre flaquísimo, alto y afilado, dedos largos y manos sarmentosas. Una cierta nobleza sufrida se reflejaba en su expresión. Sospecho que vio la escena anterior porque pidió un cigarrillo con pocas muestras de ansiedad, como quien supiera que de todos modos lo iba a conseguir.
Algo me hizo cohibirme y le expliqué: “Solo tengo Inca”. “No importa”, me dijo, “Inca está bien” (…) Dialogamos brevemente y me enteré de que llevaba ahí unos dieciocho años. “Mejor, ya estoy mejor”, me dijo cuando le pregunté por su estado de salud.
Me tocó internarme luego en uno de los pabellones del hospital que atiende a todo tipo de pacientes. Inmóviles catatónicos, dos oligofrénicos, un atareado y hasta un alegre interno que se afanaba con unos baldes de agua me contemplaron con toda naturalidad en medio de un patio de locetas.
Al fondo un hombre parecía dormitar repantigado contra la pared. Me acerqué y se lanzó a hablar. “Cómo le va, cómo le va. Qué dice la CIA. Yo soy agente de la CIA. Tengo unos vidrios en los ojos, unos vidrios perfectos, oiga usted, unos vidrios con los que veo la verdad. Con los vidrios veo el cuerpo y el alma, veo todo, lo bueno y lo malo y la CIA, veo también a mi amigo el Señor Emperador del Japón”.
Las autoridades del hospital
Al terminar sus entrevistas, pesquisas y paseos por el Larco Herrera, Salcedo pidió una cita con la doctora Salas, entonces directora del hospital, quien fue tajante:
“Vea usted, se ha estado manipulando mucho a los pacientes. Nosotros no nos preocupamos por las noticias, estamos totalmente abocados a la atención de nuestros pacientes y acá no se permite ninguna publicidad. Cuidar a nuestros pacientes es más importante”.
Menuda sorpresa debió haberse llevado cuando vio en las páginas de Quehacer que su prohibición de permitir el ingreso de periodistas había fracasado ante la audacia del reportero José María Salcedo, que contaría con detalle lo que pasaba detrás de los altos muros del llamado manicomio.
- Yo fui prostituta
En 1992 Consuelo Chirre salió a la avenida Arequipa por varias noches aparentando ser prostituta. Sus historias fueron publicadas en el diario La Tercera.
La idea fue de Jorge ‘Coco’ Salazar, renombrado cronista policial, experto en crímenes, secuestros, prostitución y explotación de menores. ‘Coco’ Salazar conocía bien todo lo sórdido. Transitó por las redacciones limeñas y en 1992 estaba en la agonizante La Tercera, antiguo vespertino del tabloide La Crónica.
Allí se le ocurrió que la reportera Consuelo Chirre, una muchacha que atraía las miradas de los coleguitas, podría emular al inolvidable Montoro y le propuso la aventura de “Yo fui p…”.
Consuelo Chirre aceptó y se armó un equipo: un reportero gráfico, un redactor que la seguiría con discreción, muy de cerca por si alguien se propasaba y un chofer que los trasladaría y daría vueltas alrededor de ellos….Una noche, luego de una sesión de maquillaje y cambio de ropa, Consuelo quedó convertida en prostituta. Una peluca postiza, labios exageradamente rojos, largas pestañas postizas, ojeras azules, una buena rociada de perfume barato y una sugestiva minifalda que permitía atisbar sus curvas.
A las ocho de la noche todos partieron a la avenida Arequipa, a la altura de Lince, a buscar clientes.
En la introducción al reportaje “Yo fui p…” Salazar recordó a Montoro y agregó:
“… Hoy día, en medio de las tragedias que sufrimos, del miedo que nos consume, una joven mujer, periodista y madre de familia, va aún más allá: se disfraza de prostituta y recorre las calles de nuestra golpeada villa y logra el más vívido y dramático reportaje que se haya hecho sobre la prostitución en toda la historia periodística del país”.
Para la experiencia eligieron la zona de Risso, frente al Marcantonio, un restaurante que ya no existe, y entonces Consuelo comenzó a pasear su bien dotada anatomía por el filo de la vereda, fumando despacio y haciendo girar su carterita con coquetería. Más allá estaban sus guardianes y el propio ‘Coco’ Salazar, quien le había asegurado que no habría problemas: “Si pasa algo me llamas y dices que soy tu caficho…”.
Fueron varias noches las que salió la reportera a buscar clientes. Allí recogió experiencias mientras el fotógrafo captaba escenas sugerentes y hasta de acoso que tuvieron que ser controladas con energía por el presunto caficho. Luego de cada jornada, el equipo periodístico regresaba al diario y de ahí a un restaurante cercano a cenar, compartir la aventura y reírse un buen rato de los clientes de Consuelo.
Finalmente, el 18 de agosto de 1992 La Tercera lanzó el reportaje Yo fui p… bajo el título general de “La Crónica Negra” y con el crédito de Consuelo Chirre Livia.
A la cuadra 15 de Arequipa, por favor
Aquí parte del relato de Consuelo que, probablemente, fue mejorado por la buena prosa de Salazar:
“Era mi hora. Salí del auto y caminé media cuadra, casi al costado del Marcantonio. Se alborotó el cotarro de un grupo, se desgranó una pareja de muchachones, “niños bien”, se les notaba por la vestimenta, también nerviosos. Un tufo tibio, de cerveza, me invadió el rostro.
-¿Y? ¿Cómo es, mamita?
-Treinta y cinco.
-Treinta y cinco ¿qué?
-Treinta y cinco dólares o cuarenta soles. Es lo mismo.
El más alto se aventó. Para mí fue sorpresa.
-¿Los dos?
-¿Cómo los dos?
-No.
-Huevona…”
Allí se le pusieron las cosas difíciles a Consuelo porque se acercaron tres jóvenes un tanto agresivos, que el fotógrafo captó inmediatamente, acercándose:
“El más resuelto, bigotes y un gorro, se adelantó a sus compañeros. Me volví a sorprender, el tipo me saludó:
-Buenas noches, chinita. Qué tales piernas, chinita.
-Hola.
-¿Cómo es la cosa, chinita?
-Cuarenta soles.
-¿Nada menos?
-No
-¿Y dónde?
-Tengo un sitio. (…)
-Mamita ¿tú eres costilla franca?
-Claro, cojudo.
Y antes de que me diera cuenta, el tipo me abrió el abrigo.
-Déjame ver la cosa, la merca…”.
Consuelo lo largó pero no pudo librarse de él a lo largo de dos cuadras. Hasta que llegó otro cliente que le hizo la mejor oferta: pagarle el doble de la tarifa.
Viernes 14. Era de noche, fin de semana, había plata y sobre todo muchas ganas de querer reventar billete. Trago, juerga, sexo. No importaba la sífilis, el chancro blando, la gonorrea, el sida… “¿China, cuánto? ¿Cuánto? Era la pregunta obligada”.
La penúltima noche Consuelo decidió dar un paso audaz: subirse al auto de un cliente, exponiéndose, abandonando la protección cercana de sus colegas:
“-Oye, acércate pues amiga…
Un volkswagen se detiene, el tipo blanco, ojos claros. Parece respetuoso. Me acerco:
-¿Qué haces?
-Aquí, ¿cuánto cobras?
-Cuarenta dólares o cincuenta soles.
-Achícate un poco.
-Treinta y cinco dólares. Cuarenta soles. Nada menos.
-Ya. Sube pues, amor.
Y yo subo. Imploro a los cielos que los muchachos me estén siguiendo en el auto. Zevallos es un buen chofer. Hay que tener confianza, me digo. Y ya estoy arriba.
-Amor, ¿tienes un sitio?
-Claro –le digo- al final de la Arequipa. Eso es diez soles nomás.
-No tengo, la verdad es que no tengo tanto. China, la verdad que solo tengo diez mangos, nunca pago más.
Pienso rápido o mejor dicho, casi ni lo pienso. Y Dios me ayuda: el auto se detiene en un semáforo. Abro rápido la puerta del Volkswagen y salgo como sea… Los faros de un auto atrás me alumbran el rostro. Casi no puedo ver nada. Sí escucho, claramente:
-¡China! ¡China! ¡Eres una mierda!
Y arranca el auto”.
En la penúltima nota, titulada En la puerta del horno, Salazar decidió que Consuelo debía dar el paso final, esto es, ir a un hotel con un cliente para así explorar el mundo de los “sitios” de las prostitutas.
Esta vez la reportera fue dejada frente a un hotelito de Petit Thouars y al instante cayó un cliente; negociaron y entraron mientras ella miraba hacia atrás, buscando a sus reporteros.
“El tipo me cogió del brazo y comenzamos a subir las escaleras. Yo estaba asustada, me decía: “¿Dónde estarán mis ángeles guardianes?” No me fallaron mis muchachos. Al llegar al descanso aparecieron los chicos de La Tercera. Uno de ellos fue directo. Me cogió del brazo y siguió con la actuación:
-Nos vamos, chinita. Ya es muy tarde.
Ante esa aparición, el cliente quedó sorprendido, mudo. Mientras nos íbamos, dijo:
-Puta, hoy estoy piña.
El final de la historia
Salazar estiró la historia lo más que pudo, llenó páginas centrales con grandes fotos. Fueron siete capítulos: “Yo fui p…”, “Yo la ví primero”, “La pampa de las otras”, “¡Cuidado con la huaraca!”, “¿Tienes un sitio, amor?”, “Infierno de hombres”, “En la puerta del horno” y finalmente “Último Paradero”, el 27 de agosto, con síntesis y moraleja.
Consuelo retornó a sus tareas de reportera y no hemos encontrado su nombre en otra aventura parecida. Jorge Salazar fue contratado como profesor de Periodismo Interpretativo en la Universidad San Martín de Porres. Esta le publicó en cinco tomos la serie Historia de la Noticia, un recorrido por su historia de los crímenes en Lima. Nos abandonó en junio del 2008 y su partida fue lamentada en las redacciones.
¿Y qué fue de La Tercera? Yo fui p… fue su canto del cisne porque solo dos meses después Fujimori ordenó cerrar el diario. La última edición circuló el 26 de octubre de 1992.
Bibliografía consultada
Brincourt, Christian y Leblanc, Michel. Los Reporteros. Noguer. Madrid. 1973.
London, Jack. El pueblo del abismo. Valdemar. Madrid. 2003.
Montoro, Isaac Felipe. Yo fui Mendigo. Impresora y Editora POPULAR. 2da. Edición. Lima. 1974.
Orwell, George. Sin blanca en París y Londres. Debate. Barcelona. 2015.
Salcedo, José María. El vuelo de la bala. Arte&Comunicación. Lima. 1990
Wallraff, Günter. Cabeza de Turco. Círculo de Lectores. Barcelona, 1987.
Wallraff, Günter. Con los perdedores del mejor de los mundos. Anagrama. Barcelona. 2010.
Weingarten, Marc. La banda que escribía torcido. Una historia del Nuevo Periodismo. Libros del K.O. Madrid. 2013.
Periódicos y revistas
Expreso. 18, 19, 20 y 21 de noviembre de 1961
La Tercera. 18, 19, 21, 22, 23, 24, 25, 26 y 27 de agosto de 1992
QUEHACER, número. 29, de junio de 1984
Artículo publicado originalmente en Somos Periodismo PUCP